El agua es una necesidad básica del ser humano para subsistir, lo sabemos. También sabemos que más del 60% de nuestro cuerpo es agua y si pasamos tres días sin tomarla morimos. Ya con esto, no es difícil concluir que el acceso al agua es un derecho humano. En teoría, no hacía falta una resolución de la Organización de las Naciones Unidas para reconocerlo. Pero, ese mismo ser humano es el responsable de explotar sin conciencia los recursos naturales y de procrastinar su cuidado por quedarse eslembao en el entretenimiento estéril. Con mucha razón la ONU reconoció explícitamente el derecho humano al agua, pues somos capaces de contaminar hasta la última gota, saboteando nuestra propia existencia.
Reconocer el agua como un derecho significa que le acompaña deberes que tenemos que asumir. Debemos conocer el agua para saber usarla y cuidarla. Debemos evitar su malgasto y contaminación. Debemos comprender que es un recurso limitado y que perdemos vida cuando no se valora correctamente. Son muchos deberes, ¿los estamos cumpliendo?
En Puerto Rico tenemos una relación extraña con el agua. Quizás se deba a que al día de hoy tenemos la dicha de contar con acceso muy fácil al agua; o quizás se deba a que el agua solo toma protagonismo en los medios de comunicación cuando algo está mal, como cuando se raciona o provoca inundaciones. El efecto final es que vivimos creyendo que hay cosas más necesarias. El problema de fondo es que no valoramos correctamente al agua.
Quizás creemos que valoramos al agua, pero nuestras acciones parecen maldecirla. Vemos gente metiendo sus carros en ríos y charcas. Leemos sobre descargas de contaminantes misteriosos que terminan en el mar. Todo se politiza: desde los planes para remover la sedimentación de los embalses hasta las discusiones cuando alguna empresa privada o vertedero contamina agua subterránea. Así aprendemos y terminamos comprando agua envuelta en plástico, convencidos que con esta acción la valoramos.
La evidencia nos cuenta otra historia. El último informe sobre la calidad de agua presentado por el Departamento de Recursos Naturales y Ambientales muestra que el 95% de las millas de ríos de Puerto Rico no cumple con algún criterio de calidad. Investigaciones de la Universidad de Puerto Rico están encontrando micro plástico en el agua que consumimos. Es fácil verificar estos estudios, tan solo trata de encontrar alguna playa o charca donde no haya basura. Lo más preocupante de estos informes no son estas observaciones actuales, sino que son tendencias observadas a lo largo de mucho tiempo.
Esta es la receta para la catástrofe perfecta: por un lado, el problema del acceso al agua potable se agrava imperceptiblemente a nuestros sentidos. Por el otro, el ser humano tiene sus sentidos atrapados en los vicios de la conveniencia y el consumo desmedido. Realmente vivimos como si le tocara a otra gente bregar con esos problemas que se mueven lentamente, pues ahora mismo estamos bien y no tenemos tiempo ni dinero.
El peor error que cometemos como sociedad es reducir el agua a un análisis de costos y beneficios. El valor del agua nunca se podrá medir correctamente con dinero. Por esto, ni tan siquiera debemos considerar su administración a una empresa privada, que no es otra cosa que tratar de bregar con el problema arrojándole dinero. Hablar de privatizar es evidencia de nuestra indisposición para asumir nuestra responsabilidad en este problema.
Conservar el agua es nuestro deber ineludible. Para asumirlo, primero tenemos que comprender el valor del agua en nuestra vida. Comprender nos lleva a cumplir con nuestros deberes, que incluye defenderla de la contaminación. De lo contrario, el derecho al acceso al agua se escurrirá por nuestras manos.
Este artículo fue escrito por Enrique Vargas y se publicó por primera vez el 1 de marzo de 2021 en la página de Facebook de la Asociación Estudiantil de Comunicación y Periodismo Científico.